EL AMBÓN
“Una columna para poner un libro en una iglesia” ¿Qué dificultad puede tener hacerla? “Un pedestal para poner el libro” ¿Simple? ¿no? ¿Qué pudiera salir mal?
En muchas ocasiones en las comunidades el ambón es algo hecho de la manera más simple… es decirle al maestro albañil qué ocupamos y él con su experiencia lo hace cómo se le pidió ¿qué dificultad tiene? O si no es con el albañil es con el carpintero y así se hace y ya está ¿qué problema pudiera presentarse?… ¡ah! ¿y el lugar? “Por ahí, por ahí” … Y por eso estamos cómo estamos.
Tenemos que comenzar por recordar que el ambón es el altar de la Palabra. Desde ahí los lectores proclaman la Palabra de Dios que atentamente escucha la asamblea, los sacerdotes y los diáconos leen desde ahí el Evangelio, desde ahí el obispo explica al Pueblo la doctrina de la Iglesia y desde ahí se dirige y se lee la oración de la Iglesia que hace eco a la Palabra recién proclamada en la santa Misa, además de ser el lugar de la proclamación del pregón pascual.
No es un mueble cualquiera… no es sólo una “columna” … ni sólo un “pedestal”. Es un altar que debe ser cuidadosamente diseñado por un arquitecto o un profesional en materias afines.
Comencemos a subrayar algunos “detallitos”. Pensemos que la parte superior no puede ser plana, sería muy incómodo leer así la Palabra a la asamblea, debe de tener cierta inclinación, pero ¿qué tanta? eso lo dictaminará el arquitecto o diseñador. La parte superior ¿de qué tamaño debe de ser? ¿Lo suficiente como para que se coloqué ahí una Biblia? Pues no, lo que se suele colocar ahí no es una Biblia sino los leccionarios e incluso en Evangeliario que es de un tamaño más grande; y ya “escucho” el pensamiento de alguno “Es que nosotros no tenemos Evangeliario” y mi comentario sería “¡Ahorita!” ¿Y si mañana consiguen uno? Ya no tuvo cabida por que el tamaño es muy pequeño “se hizo para una Biblia y chiquita”.
Pero además… la altura debe de ser adecuada para que lectores mexicanos (subrayo lo anterior dado el promedio de altura de nuestro pueblo) pueda alcanzar a leer sin necesidad de poner un “block” o un banquito.
El lector debe de ser visto desde cualquier punto del aula, debe de verlo el celebrante, pero además toda la asamblea. Ni muy alto que parezca lejano, ni muy abajo que ni se sepa quien está hablando y desde dónde.
No hay que olvidar que en ocasiones los monaguillos o acólitos ocupan espacio alrededor y prever ¿dónde se van a colocar los monaguillos con los ciriales? ¿o los que se acerquen con el incensario? Y hasta hay que prever ¿dónde se van a colocar los que ayuden a leer la pasión del Señor del domingo de ramos y del viernes santo? Alguien pudiera pensar ¿Para una vez al año vamos a pensar en eso? Pues sí, efectivamente hay que prever todo ello.
Al igual que el altar el ambón no debe de ser movible, debe de ser fijo. Y precisamente ya que hablamos del altar, ambos deben de estar en relación, en diálogo… el uso de los mismos materiales y de un diseño común nos dan la idea de la relación entre ambos muebles: altar ambón y altar eucarístico.
Algunos elementos artísticos o decorativos ayudarán en mucho a dignificar el ambón. Y no irnos de inmediato por lo más obvio como pudiera ser el colocar ahí un símbolo de un libro… La Iglesia tiene un bagaje enorme de siglos y siglos de elementos de iconografía cristiana que de toda esa riqueza habrá mucho que puede estar ahí y embellecerlo.
Asunto aparte, que también merece toda la atención, es el dotar a la Iglesia de un buen equipo de sonido. Aquí hay que tocar base con los expertos en el tema y que ayuden a la comunidad a que escuche, que se oiga, que se entienda bien hasta la última banca de la iglesia. Buenos aparatos, buenos micrófonos… el Pueblo siempre lo agradece y lo agradece mucho. Otro asunto importante siempre será el dotar al ambón de una buena iluminación para que los lectores lean la Palabra sin dificultad y puedan observar los textos claramente.
El ambón tampoco es un atril simple ni tampoco es un pódium de un salón de conferencias. Hay que darle su importancia y su dignidad sacros.
Siempre en “diálogo”, en “relación” con el altar del cual hablaremos más adelante.
Por P José Raúl Mena Seifert