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HABITAR LA PAZ

Pbro. Rodolfo A García Martínez

Podríamos comparar la definición de bien común que nos da el Concilio Vaticano II con la definición de paz que nos da Johan Galtung, teórico de los estudios de paz, para ver si se pueden encontrar similitudes, y redescubrirnos, en cuanto seguidores de Cristo, nuestra paz (Ef 2,14), en constructores de paz en la ciudad, en la cotidianeidad.

Ambos tienen dos presupuestos teóricos sin los que no se podrían realizar, ni la paz ni el bien común, (o más bien “las paces” y “los bienes comunes” como podríamos llamarlos para salir de la abstracción y entrar en lo concreto); esos presupuestos son la interdependencia y la dignidad humana; ambos explicados frecuentemente por el Papa Francisco en sus discursos con palabras sencillas: “todo está conectado” nos dijo en LS (16) para proponernos un replanteamiento global del modo en el que estamos viviendo y que “Cristo nos amó, dio su vida por nosotros, por cada uno de nosotros, para afirmar nuestro rostro único e irrepetible”, nos lo dijo en el XL Encuentro de Amistad entre los pueblos, 2019.

Muchas veces, cuando invitamos a participar en la pastoral social (o a que toda formación y agrupación cristianas tengan una dimensión social), cuando animamos a los políticos a dar testimonio, a la ciudadanos a comprometerse o cuando recordamos a los laicos la importancia de que su santidad “se exprese en la inserción en las realidades temporales y en su participación en las actividades terrenas” (ChL 17) citamos el concepto de bien común.

Lo que muchos tenemos en la memoria es que el bien común es “el conjunto de condiciones de la vida social que hace posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección” (GS 26). Se refiere a todas esas cosas que nos ayudan a ser cada vez más nosotros mismos en lo personal, pero también comunitariamente. El mismo número del Vaticano II lo concretiza: se trata del “alimento, vestido, vivienda, libre elección de estado, fundar una familia, educación, trabajo, buena fama, respeto, información, a obrar de acuerdo a la norma recta de la propia conciencia, a la protección de la vida y a la justa libertad”; todos son al mismo tiempo elementos básicos o condiciones para que haya una paz verdadera.

En ese sentido lo primero que hay que decir es que la paz es multidimensional; se trata de muchas cosas en conjunto, de un ideal hacia el cual caminar a través de muchos caminos. En la teoría de Johan Galtung se plantean cuatro necesidades básicas que serían como las avenidas para llegar a la paz: supervivencia, bienestar, identidad y libertad (la suma de estos cuatro elementos definiría la paz). Cada una tiene su contrario: mortalidad, sufrimiento, alienación y represión.

Estas negaciones de la paz (y del bien común), se hacen presentes en las sociedades por medio de tres tipos de violencia (que se pueden constatar en nuestro querida ciudad): la violencia directa, como golpear a una mujer o disparar a niños, quizá nos venga a la memoria el nombre de Abril Pérez o los episodios de hace meses en Escobedo o Zuazua; la violencia estructural, como cuando a una madre no le dan razón de su hijo detenido y desaparecido (hubo 2,919 personas desaparecidas en NL entre 2016-2018, según desaparecidos-nl.mx); o como cuando mucha gente trabajadora, como los taxistas o las trabajadoras del hogar no tienen acceso a la seguridad social; y la violencia cultural, esa que se muestra cuando se insulta a las mujeres cuando alguien maneja mal (y te serena al ver que es un hombre), la misma que te mueve a agradecer al cielo por haber tenido un hijo varón “porque sufren menos”, o autoriza a negar un trabajo por la presencia de una discapacidad o un puesto por el sexo. Todas estas violencias, cuando presentes, golpean al ser humano y provocan una degradación de la calidad de vida para todos. Una vez identificadas deben ser combatidas.

En el corazón de la construcción de paz, de la búsqueda del bien común, radica la mirada fraterna de considerar al otro parte de mí, de la compasión que me permite sentir/experimentar con el otro, de la conciencia de que cada grito de sufrimiento va dirigido a todos los oídos y si no se escucha, si retiramos la mirada del dolor de las víctimas, afirmamos tácitamente que nos gusta el mundo en el que vivimos o damos un voto de desconfianza contra el hombre mismo.

La paz no es ausencia de guerra (GS 78) o violencias, se trata también de actuar propositivamente en la construcción y promoción de todo lo que nos ayude a ser mejores personas, a relacionarnos mejor con los demás, a cuidar de la tierra y de los pobres, a buscar y hallar la voluntad de Dios en nuestra trinchera personal.

La paz es la realización del bien común en lo concreto de nuestro entorno. “Es como una casa con muchas estancias en la que todos estamos llamados a habitar”, es una casa común “que no soporta muros que separen y enfrenten a los que viven allí”. Hay un futuro bueno para todos, “por eso es necesario rezar siempre y dialogar en la perspectiva de la paz ¡los frutos vendrán! No tengamos miedo porque el Señor escucha la oración de su pueblo” (Francisco, Encuentro de Oración por la Paz 2019). ¡Feliz Jornada Mundial de la Paz 2020! (1 Enero).

Pbro. Rodolfo A García Martínez

Lic. En Comunicación y Desarrollo Organizacional Maestro en Métodos Alternos en Solución de Conflictos.

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