Dios me llamó a servir en su Iglesia el 4 de agosto de 1992. Ese día el entonces párroco de la comunidad había decidido celebrar la Santa Misa en el parque que está contiguo a la casa de mis papás (Don Juanito y Doña Petrita). Al finalizar la eucaristía el padre Juan Ángel Acosta se puso a confesar a algunos feligreses que habían participado de la celebración; mi madre me dijo que, si quería ir a confesarme, a lo que yo respondí que sí. Al llegar al reclinatorio el sacerdote me lanzó inmediatamente una sonrisa al tiempo en que me decía: “Te gustaría ayudarme”. Yo me sorprendí, pero respondí que sí, y le preguntaba en qué le ayudaría. Él solo me dijo que fuera el próximo domingo, 30 minutos antes de la Misa con niños. Así lo hice y así comencé mi servicio en la Iglesia.
Servir al altar me gustó tanto, que procuraba siempre estar puntual las más veces que podía. Fue hacia los doce años de edad cuando comencé a ir a Misa diariamente. De esta manera creció en mí un gusto por la figura sacerdotal, por la Eucaristía (la misa y la visita al santísimo) y el trabajo parroquial. También, a esta edad, comencé a estar en los grupos de adolescentes que sesionaban los sábados a media tarde. Yo procuraba llegar con una hora anticipación para aprovechar un tiempo antes de que abrieran nuevamente el templo parroquial. Solía sentarme en la puerta del mismo, cerca del campanario y, desde allí, observar la capilla del Santísimo Sacramento. Disfrutaba del silencio de ese momento y de ese lugar; era mi pequeño rincón del silencio.
Cada vez me dejaba cautivar más por la Eucaristía, la liturgia, y el trabajo eclesial. Me gustaba acompañar a los sacerdotes a la administración de los sacramentos, y participar de las diferentes charlas y dinámicas juveniles. En ese tiempo en la parroquia había varios grupos muy numerosos; al que yo pertenecía éramos alrededor de cincuenta jóvenes aproximadamente. De este tiempo guardo muy gratos recuerdos y amistades que se han convertido en mis hermanos.
Hacia los catorce años, me percaté que el Señor Jesús había ocupado la mayor parte de mi vida y que yo lo llevaba para todas partes; en cualquier momento entraba en comunicación espontánea con Él: yendo hacia la prepa en el camión, caminando hacia mi casa, hasta jugando futbol. Así que un día, le pregunté en la hora santa que quería de mí; sentir su respuesta me asustó, pero desde ese momento me decidí a buscar responderle en la vocación sacerdotal. Sin embargo, fue hacia los dieciséis años, con la aprobación de mis papás que, el 8 de agosto de 1998, ingresé al Seminario de Monterrey. Ya dentro del mismo seguí sintiendo miedos y deseos de dejarlo todo y regresar a mi casa, pero esto poco a poco fue pasando y yo me fui sintiendo mas fuerte en los pasos que daba en la formación.
Me ordené el 15 de agosto de 2009, a los 27 años de edad. El Card. Robles, entonces arzobispo de Monterrey, me envió a la parroquia Jesús Nazareno con el P. Pepe Abramo, que con su fraternidad me acompañó en los primeros años de vida ministerial. Allí en la parroquia me pidió apoyar en la catequesis, liturgia, jóvenes, pequeñas comunidades entre otras tareas que él me asignaba. Yo la verdad considero esos primeros años como mi Luna de Miel Sacerdotal. Aprendí a escuchar, a acompañar y a ser pastor. Sigo aprendiendo, pero esos primeros años marcaron mi vida.
Después de casi tres años en esa parroquia, Mons. Jorge Cavazos que servía como administrador apostólico en la Arquidiócesis, me pidió ir a estudiar en la Ciudad de Roma, yo de inmediato le dije que no, pues ciertamente me daba miedo esta parte académica, pues nunca me he considerado muy estudioso, aunque ciertamente si me gusta estudiar. Después de un rato, platicando con Don Jorge, me volvió a preguntar y yo terminé por aceptar la encomienda, así fue como conseguí la Licencia en Teología con especialidad en Dogmática. Ese tiempo en Roma Italia (2011-2014) me tocó experimentar grandes cosas en la Iglesia, entre ellas: el cambio de Papa, la canonización de Juan Pablo II, el año de la fe, entre otras. Fue un tiempo en que palpé la gran riqueza de la Iglesia.
Al llegar a Monterrey en julio del 2014, Mons. Rogelio me envió al Seminario Menor, en el que serví cuatro años, y en el 2018 me pidió trasladarme a Coordinar el Curso Introductorio en la Casa del Seminario en Allende N.L. Hasta hoy esta experiencia formativa y de acompañamiento con los seminaristas la he sentido como un renovar mi vocación al ver la frescura de su respuesta vocacional. También durante este tiempo de ministerio he servido como Capellán de religiosos y religiosas, y como maestro. En fin, considero que todo ha sido gracia de Dios.
Dios me conceda seguir caminando tras sus pasos en compañía de la Iglesia, y me permita también seguir alimentando a su pueblo con su cuerpo y su sangre.