Toda persona tiene diversas necesidades humanas y espirituales: sentirse amado, saberse valioso, sentido de pertenencia, reconocimiento de su identidad única y auténtica, entre otras, cuando estas necesidades no están resueltas, se busca llenarlas de una u otra manera. Si a esto le sumamos las heridas que hay en nuestra historia; afectivas, familiares, personales, nuestro corazón buscará con inquietud llenar esos vacíos.
Al no ser conscientes de nosotros mismos, es decir de nuestras necesidades, heridas, historia, procesos, no alcanzamos a ver con claridad nuestra manera de vivir y vamos respondiendo de manera compulsiva, inconsciente a nuestro presente.
Una de las maneras de suplir las carencias es con un estilo de vida consumista, complicado y egocentrista. Un estilo de vida cegado por el orgullo, con disputas constantes y contiendas fruto de las envidias, discordias y gran prioridad por lo económico.
Una persona que le da más importancia a las cosas que a las personas refleja un gran vació en su corazón, un alma enferma. Muchas veces esta persona piensa que por vestir mejor, por tener una manera correcta de hablar, por tener el mejor carro o la más reciente tecnología es una “mejor persona”.
A veces estas carencias humanas, afectivas y espirituales no se buscan satisfacer en las cosas materiales, sino en las actitudes concretas, llenas de orgullo y soberbia; como tener siempre la razón, no pedir disculpas cuando se comete un error, haciéndose inalcanzable e inaccesible a los demás, incluso adoptando falsas actitudes de víctima y sufrimiento.
El mejor remedio contra estos estilos de vida es tener una vida sencilla y sobria.
La sencillez y sobriedad no son una respuesta externa contra estas actitudes negativas, por el contrario, son una respuesta interior, que solo si son vividas con autenticidad y con profunda convicción, crean una nueva manera de vivir, valorando lo que realmente es importante y produciendo una nueva manera de relacionarnos con los demás y con las cosas y el mundo.
Sencillo es aquel que no se complica la vida, valora lo que realmente es valioso y sabe a qué cosas no darle importancia. Recientemente, un amigo me platicaba que en la toma de posesión de un nuevo párroco, se equivocó al leer la monición, porque estaba mal escrita y venía el nombre del sacerdote equivocado, sin embargo, al momento, después de un breve silencio alcanzó a rectificar y decir el nombre correcto. Al finalizar la celebración se acercó al nuevo párroco para pedirle disculpas por haber dicho mal su nombre y el padre simplemente le dijo: “¿De qué te preocupas? Tú simplemente leíste lo que ahí decía”. No hubo mayor problema, ¿por qué habría de haber un enojo?
El sencillo valora más a las personas que a las cosas, valora más al ser humano que a sus situaciones, no busca ni crea problemas donde no los hay, y donde hay un problema real, actúa con calma y poniendo a las personas en primer lugar.
La persona sobria no busca adornos superfluos, es decir, modera sus gustos y evita los caprichos, busca en todo momento darle su justo valor a las cosas, las situaciones y las personas. Nunca buscará lo más caro o lujoso, sino lo más conveniente. Sabe poner límites.
Pidámosle a Dios nos ayude a sanar aquello que no hemos podido y a tener un corazón sobrio y sencillo.
Lic. En Comunicación y Desarrollo Organizacional Maestro en Métodos Alternos en Solución de Conflictos.