Juan Diego fue canonizado por el Papa san Juan Pablo II el 31 de Julio del 2002. Quien subió por primera vez a los altares en este Continente Americano fue santa Rosa de Lima; el primer santo mexicano fue el mártir san Felipe de Jesús, quien murió en 1597, muy cercano al evento guadalupano. San Felipe fue canonizado en 1862 y por más de 100 años no hubo otro santo o santa, mexicanos, que subieran a los altares.
Ya desde siglos pasados se había buscado la canonización de Juan Diego, pero no se había tenido éxito. Siempre surgieron inconvenientes, cuestiones humanas o quizá divinas, para que, hasta en estos tiempos, cerca de celebrar los 500 años de las apariciones de Santa María de Guadalupe en el Tepeyac, por fin se pusiera a Juan Diego como modelo de vida.
Aún y cuando oficialmente la Iglesia no lo había declarado santo, el mismo pueblo mexicano, todavía en vida de Juan Diego, ya lo tenían como “varón santo” y “varón santísimo”. En las informaciones jurídicas de 1666, quienes dieron testimonio de la vida de Juan Diego afirmaron que sus parientes, que conocieron en persona a Juan Diego, les decían a estos “que Dios te haga como Juan Diego y su tío Juan Bernardino”. El Papa San Juan Pablo II, en su última visita a México, se despidió así, bendiciendo al pueblo mexicano, citando a estas fuentes de 1666.
En pinturas del siglo XVII, ya se le pintaba con aureola y con alguna leyenda como: “verdadero retrato del siervo de Dios”. Las imágenes de Juan Diego con aureola fueron pintadas así porque el mismo pueblo mexicano lo ha considerado un santo desde el principio”.
Nos dice el Nican Mopohua que Juan Diego acudía los sábados a las enseñanzas de los frailes y sacerdotes y los domingos a misa.
San Juan Diego, después de las apariciones, es presentado como un gran devoto de la eucaristía. El padre Francisco de Florencia nos da un dato interesantísimo sobre la vida virtuosa y la devoción de Juan Diego a la eucaristía:
En la actualidad, es común para nosotros encontrarnos con fieles que comulguen todos los días. La gente mayor a los 60 años recordará que antes ésta no era una práctica común en la Iglesia. Si nos vamos más atrás en el tiempo, esto se va reduciendo más.
En el siglo XVI y en los siglos anteriores, sólo se permitía comulgar una vez por semana. Laicos, religiosos y religiosas sólo podían comulgar una vez por semana. Incluso santos de la talla de santa Teresa de Jesús y san Luis Gonzaga, sólo comulgaban una vez por semana. No olvidemos que a santa Teresa se le negó el permiso de comulgar tres veces por semana.
Uno de los grandes jesuitas discípulo de san Ignacio de Loyola, y quien tardó en entrar a la compañía de Jesús, Francisco de Borja, sus súbditos se escandalizaban al verlo comulgar cada 8 días antes de que entrara en la Compañía de Jesús, pues no era común que un laico comulgara “tan frecuentemente”.
Pues bien, ¿Qué pasaba con Juan Diego? Que Fray Juan de Zumárraga, sabiendo la calidad de vida y virtud de este indígena vidente, ¡le dio permiso de comulgar tres veces por semana!. En lo personal, creo que aún no dimensionamos la calidad de vida y santidad de este gran vidente de Santa María de Guadalupe.
San Juan Diego era contemporáneo de santa Teresa de Ávila, mientras la gran mística carmelita no tenía tal “privilegio” o distinción, en México, san Juan Diego recibía este regalo no sólo por ser el vidente de las apariciones, sino por llevar una vida ejemplar, siendo laico.
Solo cuando nos metemos a estos datos históricos y vemos estos pequeños y grandes detalles, es como llegamos a darnos cuenta que el mensajero de Santa María de Guadalupe fue más que esto.
En conclusión, podemos decir que san Juan Diego, hombre de gran virtud, ha sido, es y será un gran ejemplo para todos nosotros, no sólo los mexicanos, sino los que nos acerquemos a contemplar y a admirar la gran distinción que el Señor hizo al elegir a un indígena noble y puro y quien después de las apariciones, llevó una vida ordinariamente extraordinaria. Y pidámosle al Señor que nos haga ¡tan santos como Juan Diego!