Esa tarde salía de mi oficina de la Curia, mi carro estaba estacionado en el atrio contiguo a la Catedral, en uno de los espacios entre los jardines. En lo que empiezo a mover mi carro, se acerca un señor, como tantos en la ciudad, como queriendo pedir ayuda.
Tocó el parabrisas, – Padre, – me dijo; – busco yo una moneda para darle y abro la ventana . – Yo lo conozco – me dijo, – Usted es el Padre Alfonso, ¡lo he visto en el Penal! – Sin pensarlo dos veces, me bajé del carro, – Acuérdame ¿quién eres tú? – Soy Martín, yo estuve con su equipo de apoyo en el Penal del Topo Chico. – Ah, qué bien, qué gusto me da, y ¿ahora qué haces? – Me dieron la libertad, no total, es una cárcel abierta, puedo salir, pero tengo que regresar a firmar, el permiso me lo dan siempre y cuando tenga trabajo. -¡Ah qué bien! – Sí, aunque ya he tenido varios, pero los he perdido. – Mmmh, ¿pues de qué has trabajado? – De todo padre, he lavado coches, barrido calles, trabajado de mesero, de cargador, de despachador de gasolina, y hasta de sacristan la he hecho.
-Válgame Dios, y ¿dónde vives? – Pues he dormido afuera de las iglesias, debajo de los puentes del río santa Catarina, pero gracias a Dios, mi familia ya me perdonó, y me han aceptado de regreso, y no les quiero volver a fallar, ayúdeme por favor, deme su bendicicioncita para que me vaya bien.
-Con gusto te la doy.
-Padre, sigan ustedes yendo al Penal, no se imaginan cuánto bien hacen y cómo cambian la vida de tantas personas. Ahora mi esposa, es la que anda mal, yo no la juzgo, ¿quién soy yo para juzgar? – Te comprendo. – ¿Dónde celebra misa? -Los domingos en la Purísima. – Llevaré a mi familia, para que hable con mi esposa y conmigo; – Sí, Dios los ayudará.
Martín hablaba lleno de emoción y no dejaba de sonreír, ni de proyectar una gran luz en sus ojos, que irradiaba en todo su ser.
Un día antes, había ido yo al Penal de Apodaca, y había visto en muchos rostros, el dolor y la desesperación por no poder salir; y ahora Dios me mostraba este rostro que todo él hablaba de libertad, de oportunidad y de vida, y aunque no tenía la libertad completa ya resplandecía.
-El próximo lunes empiezo mi nuevo trabajo, en un súper siete, me dijo.
-Cuídalo y nunca te rindas, amigo, lo abracé. Los espero…
+Alfonso G. Miranda Guardiola