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NO SOMOS DUEÑOS DE LA TIERRA PERO SÍ SOMOS HIJOS DE SU DUEÑO

Imagina que te regalan una casa hermosa, tiene varias recámaras, una cocina enorme, el refrigerador lleno, tiene un aire acondicionado que mantiene la temperatura perfecta, cuenta con cisterna para que no te falte agua, purificadores de aire para que la calidad del oxígeno sea perfecta, plantas diversas que atraen polinizadores, que son fuente de alimento y que además perfuman el aire y el viento. La casa cuenta con un jardín enorme lleno de árboles frutales, con vistas a hermosas montañas. La vida es perfecta en tu hogar, lo único que tenías que hacer para vivir en ella era cultivar la tierra y cuidar la casa.

 

Pero el tiempo pasó y sin pensarlo te descuidas, la casa empieza a agrietarse, te olvidaste de sembrar y trabajar la tierra… la comida comienza a faltar, el aire acondicionado empieza a fallar, de pronto hace mucho frío o mucho calor, hay ocasiones en que la cisterna se seca y el jardín deja de dar frutos, los animales empiezan a morir y los pocos que quedan ya no son vistos en los alrededores, el aire se torna sucio y sientes que ya no puedes respirar dentro de tu casa, deseas cambiarte de casa, y te preguntas si podrás encontrar otra casa mejor pero te das cuenta que no existe otra opción, y recuerdas la misión que se te encomendó para habitar la casa: cultivar y cuidarla.

 

¿Reconoces la historia? ¿te parecen familiares los problemas de la casa? Cambio climático, pérdida de biodiversidad, contaminación, pérdida de recursos naturales, son algunos de los grandes problemas que sufre nuestro planeta, nuestra casa común, ¡sí! tu casa y mi casa. Nos regalaron un hogar con la condición de cuidarlo y protegerlo, pero las preocupaciones de la vida nos han hecho olvidar el pacto hecho con el constructor. Como católicos es nuestra responsabilidad responder al llamado y ser custodios de la casa. Sin olvidarnos que cada elemento (ríos, mares, tierra, animales, plantas, árboles, insectos, hongos, bacterias) dentro de la casa tiene una función única y especial en donde todo está interconectado. Si afectamos un elemento, afectamos el equilibrio perfecto que existe en la casa, y si nuestra casa tambalea tarde o temprano moriremos aplastados.

 

Dios nos prestó este planeta para cuidarlo y mantenerlo en las mejores condiciones. En nuestro actuar damos fe del cuidado que brindamos a nuestra casa, desde evitar el uso de insecticidas, cuidar el agua, sembrar árboles, hacer composta…hasta cuidar y ser voz del hermano más vulnerable. Cuidar nuestra casa común y todo lo que existe en ella, es cuidar nuestra relación con Dios. Todos los días podemos marcar una diferencia, debemos traer a la conciencia que el cuidado del planeta es un compromiso que adquirimos con Dios, el creador de nuestro hogar, y con ello es nuestro deber proteger, cuidar y salvaguardar su integridad y asegurarnos de que sea un lugar seguro para las presentes y futuras generaciones.

Por eso hoy, haz lo que puedas con lo que tengas en donde te encuentres y recuerda que no somos dueños de la tierra, pero sí somos hijos de su dueño.

 

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