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“Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Este es, quizá, uno de los versículos más conocidos del Nuevo Testamento y, probablemente, de toda la Sagrada Escritura. Es la primera ocasión que aparece el verbo amar en el Evangelio de San Juan, de aquí su alto valor y significado. El sujeto del amor es el Padre y el objeto de su amor es el mundo, se trata por lo tanto del acto de amor fundamental que explica la obra de la salvación humana. Es el amor lo que está en el fondo de la misión del Hijo unigénito, pues no existe ninguna otra razón o motivación para la donación fundamental que implica su obra redentora. 

“Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne, para vida del mundo” (Jn 6, 51). Unos capítulos más adelante encontramos que al don fundamental del Padre, el Hijo unigénito responde con el don de su propia existencia. Así va tejiéndose en el Evangelio de San Juan, un eje que revela que el amor mueve a dar, a darse y quien da, lo hace movido por el amor (cfr. 3, 35; 10, 17-18). Esta es la lógica que está detrás de la actitud de Jesús cuando enfrenta la hora de su pascua pues “…los amó hasta el final” (Jn 13, 1) y está dispuesto a darse hasta el final, pues ama hasta el final. Por eso, al término de su existencia no ha reservado nada para sí. Su camino no ha sido el de la apropiación y acumulación egoísta, sino un camino de auto-donación en nombre del amor. 

La lógica de vida del discípulo no puede ser distinta: “cuando eras joven tú mismo te ceñías e ibas adonde querías” (Jn 21, 18). Como Pedro, todo seguidor de Jesús está llamado a entrar en un camino de desposesión que le reclamará el don de su propia vida: “… con esto le indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios” (Jn 21, 19).

Jesús anuncia a Pedro este camino después de haberlo examinado en el amor, que es el fundamento de una vida entregada como don. Si esto es válido en toda vocación cristiana, lo es más para nosotros que, como sacerdotes, estamos particularmente llamados a hacer vida en nosotros la kénosis de Cristo, como camino de desposesión y no de acumulación (cfr. PO 15) pues el Señor “… se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo… haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Fil 2, 7-9).

“Dicho esto [Jesús a Pedro] añadió: Sígueme” (Jn 21, 19). Estimados hermanos, por medio de esta Carta Pastoral, quiero animarlos a vivir nuestro seguimiento de Cristo desde la lógica fundamental del amor de Dios, que se expresa como donación y desprendimiento, invitándolos a asumir de forma más consciente y decidida nuestra identificación con el vaciamiento de Cristo, mediante una vida más austera y cercana, siendo signo de Jesús, en medio de un mundo regido por la apropiación y el consumo. Estoy convencido que, mediante este testimonio, Dios seguirá suscitando, en las mujeres y los hombres de hoy, el vivo deseo de responder al llamado del Señor.

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Lic. En Comunicación y Desarrollo Organizacional Maestro en Métodos Alternos en Solución de Conflictos.

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