En la Universidad donde tengo el gusto de colaborar, he sido testigo de algo que llama poderosamente mi atención, trámites relativamente sencillos que deberían ser realizados por los universitarios son realizados por sus padres, incluso, cuando los muchachos tienen alguna dificultad o requieren resolver algo alguna situación, como un permiso, son los papás los que se comunican a la institución educativa para solicitar el apoyo.
Otra situación que se repite es que muchos estudiantes se muestran reacios a exponer sus opiniones y a discutirlas con franqueza en la universidad, de un tiempo a la fecha, lo que debería ser el “gimnasio de la mente” nos encontramos con personas que rehúyen el debate y el pensamiento crítico, curioso fenómeno para la universidad.
Esto me ha llevado a preguntarme si ¿Estamos preparando adecuadamente a los jóvenes para encarar la vida adulta o los estamos protegiendo demasiado? ¿Qué es lo que está sucediendo en el interior del joven (psique) que lo lleve comportarse de esta manera?
Hay un libro titulado “La transformación de la mente moderna”, escrito por dos psicólogos que recientemente ha adquirido popularidad en el mundo y trata este problema, los autores creen que esta situación se debe a tres ideas equivocadas que se han introducido en el subconsciente de muchos jóvenes, y no tan jóvenes, que creen defender una visión generosa e inclusiva de la educación. La primera: lo que no te mata te hace más débil (esta provoca que los jóvenes busquen huir de toda dificultad). La segunda: debes confiar siempre en tus sentimientos (esta provocando que los muchachos se vuelvan susceptibles y vulnerables). Y por último: la vida es una lucha entre las personas buenas y las malas (y tú perteneces a los buenos, creando una división que no ve más allá de blancos y negros, buenos y malos o derechas e izquierdas).
Abrazar estas falsedades, y con ello propugnar una cultura de la seguridad en la que nadie quiere escuchar argumentos que no le gustan, interfiere con el desarrollo social, emocional e intelectual de los jóvenes. Y les hace más difícil recorrer el camino, con frecuencia complejo y tortuoso, de la vida adulta. No solo eso, sino que se ve cada vez más reflejado en la sociedad, frágil, emocional y polarizada.
Si los protegemos de toda clase de experiencias potencialmente perturbadoras, los haremos incapaces de lidiar con dichos sucesos cuando sean mayores. Por otra parte, conviene estar prevenidos contra las distorsiones cognitivas más frecuentes en las que incurren los adolescentes, encerrados en el razonamiento emocional (“no soy bueno, mi mundo es desolador y no hay esperanza en mi futuro”). Pero los autores previenen también frente a la cultura de la acusación pública y la mentalidad de “nosotros contra ellos”, que hace olvidar que, como decía Solzhenitsyn, la línea que divide el bien y el mal atraviesa el corazón de todo ser humano.
¿Qué hacer ante esta realidad? Sin duda hay mucho que hacer, podemos empezar por dejar iluminarnos por Jesús Divino Maestro, que nos ayude a ver con ojos de misericordia, nos dé sabiduría para actuar de manera propositiva, sin juzgar y etiquetar a las personas, que nos inspire a conducirnos con inteligencia y caridad, para poder así formar auténticos discípulos y misioneros capaces de vivir y disfrutar este mundo tan cambiante y lleno de retos.
Lic. En Comunicación y Desarrollo Organizacional Maestro en Métodos Alternos en Solución de Conflictos.