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LA MADUREZ ESPERADA

Somos hijos de Dios, llamados a la santidad en un camino específico. La mirada misericordiosa del Señor nos revela que Él espera en nosotros, nos ve como personas sencillas que somos invitados a “crecer”, no da mayor peso a nuestras limitaciones y pecados, como a nuestras fortalezas, desde las cuales podemos ser mejores hijos de Dios, sin una mentalidad mercantil, sino desde la lógica del amor, del amor de Dios.

En un Sermón funeral, llamado “¿Cuál es el término de nuestro caminar?”, San Gregorio de Niza, comentando el pasaje del Evangelio que hoy meditamos, nos invita a reflexionar en nuestra vida como una “maduración esperada”

“Nuestro Creador no nos ha destinado a una vida embrionaria; el fin de la naturaleza no es la vida de los recién nacidos. Tampoco apunta a las edades sucesivas que con el transcurso del tiempo reviste a través del proceso de crecimiento que cambia su forma, ni la disolución del cuerpo que sobreviene con la muerte. Todos estos estados son etapas en el camino sobre el que avanzamos. El fin y término del camino, a través de estas etapas, es la semejanza con el Divino; el término que la vida aguarda es la beatitud. Pero hoy, todo esto que concierne al cuerpo –la muerte, la vejez, la juventud, la infancia y la formación del embrión- todos estos estados, como otras hierbas, tallos y espigas, forman un camino, una sucesión y un potencial que permite la maduración esperada.”

La maduración que Dios espera de nosotros implica no quedarnos en los estados embrionarios de cada etapa de nuestra vida, sino a crecer, superando los errores, aprendiendo de la experiencia, ayudándonos unos a otros,… reconociendo, con ayuda de nuestra fe, que nuestra vida es un camino hacia el banquete de la sabiduría, donde la verdad y la caridad son el manjar, y que inicia cuando el ser humano cultiva la humildad, como lo reflexiona san Bernardo de Claraval en su obra: Los grados de la humildad y de la soberbia. Para San Bernardo, la vida cristiana es un camino, un itinerario por el que cada uno va avanzando, reposando e incluso retrocediendo. Cada paso hacia adelante es fruto que prefigura el banquete con el Esposo y que supone un esfuerzo humano y la ayuda de la gracia divina y conlleva un cambio en nuestra forma de pensar y de actuar suscitado por los dones del Espíritu.

La fe cristiana considera al ser humano como una persona llamada a crecer, a superarse asumiendo la responsabilidad de sí mismo y del crecimiento de los otros; es Dios quien llama al ser humano a las alturas de la verdad y de la caridad, es a la vez una vocación y un impulso que surge en el corazón y que salta cada vez que se encuentra ante un destello del amor divino que le ha dado la vida y la renueva en cada paso.

Frente a esta fe, nuestra civilización es hija de una dialéctica ideológica nacida en los siglos XII-XX. Por un lado algunos pensadores de la Universidad de Padua, como Pietro Pomponazzi (s. XV-XVI) propusieron una doctrina, presuntamente basada en el pensamiento aristotélico (la cual, en mi opinión no es el pensamiento aristotélico original), que proponía al ser humano como uno más entre los entes del mundo, con una naturaleza ya limitada, sin posibilidad de mejora, al cual sólo hay que ayudar a pemanecer en los alcances de su propia naturaleza individual. De esto se deriva que cada individuo humano tiene su lugar en la sociedad y debe apegarse a ese rol, la sociedad debería reconocer el rol de cada y uno y aportar la ayuda necesaria para el cumplimiento de ese rol individual. Thomas Hobbes (s. XVI-XVII) es heredero de este tipo de pensamiento, quien consideraba al ser humano como un ser derivado de un intento infructuoso de la razón para controlar la pasión, es decir, el ser humano es un salvaje que debe ser conducido en cada etapa, en ocasiones se necesitará el uso de la fuerza coercitiva del tamaño del un leviatán (la fuerza del estado). A esta corriente de pensamiento se le conoce como naturalismo, madre del romanticismo de Rousseau, quien como intelectual de la post revolución francesa propuso la figura del “buen salvaje” como modelo del hombre civilizado.

En esta dialéctica, el otro polo es la propuesta naturalista evolutiva. Thomas Malthus (s.XVIII-XIX) propuso en su obra “El principio de la población”, que el ser humano tiene por naturaleza el instinto de sobrevivencia, por el cual tiende a cuidar y alimentar a sus hijos y a proveerle lo necesario para su sobrevivencia. En él se da una reflexión entre el instinto de sobrevivencia y el temor por lo necesario (el cuidado para que no falte). Si se deja guiar por el temor, es decir, la razón que cuida, comprenderá la relación entre sobrevivencia y los recursos necesarios; si se deja llevar por el instinto, procreará hijos sin considerar lo necesario para la sobrevivencia. Estas sencillas y a la vez complejas reflexiones han influído en la manera de concebir la sociedad y la economía en la actualidad. A esta reflexión sobre el instinto natural del ser humano se suma la teoría de la evolución natural. Propuesta por las investigaciones de Carlos Darwin (s.XIX), quien plantea que las especies biológicas del presente son fruto de la selección natural, un proceso de adaptación biológica, a nivel genético y fenotípico, por el cual cada ser vivo trata de adaptarse al medio ambiente para sobrevivir, en este esfuerzo sólo sobreviven los más aptos, quienes transmiten a sus descendientes, por medio de la génetica, los avances adaptativos a los cambios ambientales. El ser humano, homo sapiens sapiens, especie a la que nosotros pertenecemos, es fruto de esta evolución natural.

De estas propuestas básicas han nacido pensamientos que tienen como base la consideración del ser humano como individuo en constante cambio, en constante evolución. El ser humano no está ligado a nada que pueda limitar su evolución social, no tiene una naturaleza estática, luego no tiene una identidad estática, sino dinámica. Por ello, la sociedad ha de reconocer que la identidad de cada individuo no es permanente.

En la dialéctica de estos dos polos de pensamiento: el naturalismo estático y el naturalismo dinámico se van proponiendo ideas antropológicas, sociales, políticas, económicas… según los intereses de quienes las proponen.

La lucha por influenciar la manera de pensar de la población es la justificacióin de las propuestas políticas y económicas. Esta lucha tiene sus frutos buenos, pero también sus agraces. Si reflexionamos superando la frivolidad actual y las aguas superficiales, podemos reconocer la dificultad de muchos de nosotros para encontrar el sentido de la vida en esta sociedad, en este mundo, pues los problemas en la vida práctica cotidiana son efectos de aplicación económica y política de estas ideas en pugna, sin considerar los problemas concretos de las personas individuales, las familias y organizaciones por el bien común. Verdaderamente se trata de una sociedad donde prevalece la idea sobre la realidad, con sus dolorosas consecuencias.

En la Carta del Papa Francisco en respuesta a la Carta de Renuncia del Card. Reinhard Marx, Obispo de Munichs, el Santo Padre le pide reconocer la crisis actual de la Iglesia y no ceder ante la mentalidad de escapar de ella, sino a preguntarse: “¿qué debo hacer delante de esta catástrofe?” y lo invita a tener coraje para ponerse en crisis con una actitud de reforma que inicie en uno mismo y se comparta a la vida de la Iglesia a semejanza de Cristo que asumió la reforma de la humanidad “con su vida, con su historia, con su carne en la cruz.”

En el Evangelio, el Señor nos habla de la noche y del crecimiento que el amor divino suscita en el interior de la creación y en el interior del corazón humano. Bíblicamente, la noche habla del desatino, de pérdida del camino, del sentido, habla de la oscuridad del pecado y de la vida humana lejos de Dios, con todas las consecuencias de este alejamiento. Creo que la época que vivimos es una época apocalíptica. El libro del Apocalipsis habla de la esperanza en la segunda venida de Cristo, habla de la esperanza de que el amor de Dios prevalecerá sobre las puertas del infierno. Desde una perspectiva de crecimiento espirtitual, lo reconocemos también como una luz para la historia de la Iglesia, de la humanidad y de cada uno de nosotros. En esta historia tendremos que enfrentar confusiones, errores, pecados, guerras, persecuciones, pero somos llamados a ser fuertes en la fe, fuertes en el espíritu, luchando por permanecer en la fidelidad a la fe y a toda la sabiduría del Evangelio, pues Cristo estará siempre con sus fieles. El Apocalipsis quiere generar esperanza en medio de la oscuridad.

Nietzsche, en su obra Así hablaba Zaratustra, habla del crecimiento cultural que el hombre vive sin darse cuenta, por la noche, pero también habla del crecimiento de los desiertos interiores, éstos también pueden crecer en la noche, sin que el ser humano sea consciente de ello. Sin conceder los fines antropológicos del pensamiento de este pensador, su intuición nos ayuda a estar alerta frente al crecimiento del vacío espiritual y lagunas existenciales que la preocupación por la vida práctica crea en nuestro interior, las cuales nos hunden aún más en la oscuridad de la noche.

Santa Teresa de Jesús invita a retomar la oración para salir de los momentos de desolación a lo largo de nuestra historia. La luz del Espíritu Santo nos acompaña en el crecimiento aportando sus dones en el camino de la humanidad, de la Iglesia, de cada uno de nosotros esperando fruto, la madurez esperada.

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