En el año 2019 nuestra Asamblea Eclesial Diocesana tuvo como lema “La Eucaristía nos mueve, a partir de este momento hemos iniciado un camino con una mirada contemplativa, de discernimiento comunitario y la pastoral misericordiosa a la luz de ella.
Espero que la Eucaristía nos mueva a ser solidarios entre nosotros y atentos a las necesidades de los más pobres. Que imitemos cada día más a las comunidades cristianas primitivas, y seamos capaces de compartir no sólo el pan, sino también nuestro patrimonio. Nuestras Eucaristías deberán alimentarnos para alimentar, impulsarnos para impulsar, fortalecernos para fortalecer. Que la Eucaristía nos mueva para mirar contemplativamente, discernir en comunidad, realizar una pastoral misericordiosa, revisar nuestra vida y celebrarla.
Que la Eucaristía sea la celebración litúrgica de una fe que se reflexiona en la catequesis y que se vive en la pastoral social. No podemos tener misas, consideradas como eventos sociales, desconectadas de la fe porque esta ya no se vive. Sé que para muchos de nuestros fieles la Eucaristía dominical es casi su único alimento espiritual. Que ella nos mueva a los pastores para preparar mejor nuestras homilías, para impulsar el compromiso social de los fieles, para que sean verdaderas “Cenas del Señor”.
Que la Eucaristía alimente nuestra urgente atención a mujeres, jóvenes y migrantes: grandes retos de la pastoral diocesana. Necesitamos que estos actores y actrices emergentes tomen más protagonismo en nuestras celebraciones eucarísticas, de tal modo que no les parezcan aburridas, buscando que les digan algo impactante para su vida y que les atraigan. Los jóvenes, con la “cultura millennial” a cuestas, se han alejado de nuestras Eucaristías. Necesitamos invitarlos con creatividad pastoral. Pronto, además, organizaremos misas dedicadas especialmente a ellos y a los migrantes.
Que la Eucaristía fortalezca el impulso misionero que hoy necesitamos laicos y consagrados, para estar disponibles a servir en otros lugares de México y del mundo entero. En nuestra Arquidiócesis seguimos en Misión Permanente, como fruto de la Misión Continental a la que se nos invitó en Aparecida. Constantemente pido a mis sacerdotes que tengan esa disponibilidad, pero también lo espero de los laicos. La Eucaristía debe ayudarnos a dar ese salto misionero tan indispensable. Que encontremos la manera en que los alejados de la Eucaristía puedan acercarse. Ya nos dijo el Papa Francisco que ella no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y alimento para los débiles. Debemos buscar que nadie se sienta rechazado. No podemos abaratar los sacramentos, pero tampoco ser tan rígidos al punto de privar de su gracia a muchas personas. Hay que atraer, y no alejar; incluir, y no excluir. Que la Palabra de Dios llegue a todos cada domingo.
Hoy más que nunca, observo una urgencia: los pastores tenemos que dar un mayor testimonio de pobreza, castidad y obediencia. Los abusos contra menores han generado una gran animadversión en amplios sectores de la opinión pública y muchos de nuestros fieles se sienten traicionados. Debemos reconocer que, en ocasiones hemos proyectado una imagen de impunidad y soberbia, que nos ha llevado a perder mucha autoridad moral. Espero podamos recuperarla, no con un discurso sino con un verdadero compromiso de cuidar y amar a los más pequeños y vulnerables que el Señor y la comunidad nos confían. Hemos ya comenzado algunas iniciativas que benefician a la Iglesia y a toda la comunidad, buscaremos poder consolidarlas para que seamos un referente del respeto a la integridad de los menores y adultos vulnerables, así como promotores del respeto de sus valores y dignidad.