“Les digo que entre los nacidos de mujer, no hay nadie mayor que Juan”
Lc 7,28
El nacimiento de san Juan Bautista marca el punto divisorio entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, así lo dijo Jesús: “La ley y los profetas llegaron hasta Juan”. A él se le ponen muchos títulos en la tradición cristiana: es el precursor (“Él es el que viene después de mí, a quien yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia”), el bautizador, el primo de Jesús, el último de los profetas, sin embargo, el testimonio del Evangelio nos habla de un Juan muy sencillo que comía miel silvestre y saltamontes.
Nos muestra un Juan que se sabe indigno de bautizar a Jesús y él mismo le dice: “Soy yo quien necesita que tú me bautices, ¿y tú vienes a mí?”, sin embargo, ante la respuesta de Jesús, accede a hacerlo y es precisamente esta acción la que le da sentido a su misión. A partir de entonces es Juan el Bautista, sin embargo, además de su predicación en torno al que había de venir, Juan cumple con una labor profética alterna, que es la que le lleva al martirio.
Juan era partidario de denunciar lo que él veía como injusto; su denuncia más célebre y la causante de su muerte fue “No te es lícito tener a la mujer de tu hermano” Mc 6,18, le dijo al Herodes, quien había tomado para sí a la mujer de su hermano Herodías, cometiendo adulterio, por haber denunciado eso es condenado a morir decapitado.
Del testimonio de Juan se pueden tomar muchos ejemplos de vida, pero en esta ocasión, en relación a la situación actual de nuestro país y del mundo, es necesario que hablemos de la centralidad cristológica del ministerio de Juan, así como la integridad y coherencia en su ministerio profético.
En un mundo donde el individualismo y la vanidad son el pan de cada día, donde el termómetro para medir el estado de realización es la vanagloria y el número de likes que se obtienen en las redes sociales, Juan nos da ejemplo de sencillez; él sabe y dice que no es importante, al menos no en la misma medida que Jesús, sin embargo, asume su misión y la lleva a cabo de la mejor manera, nos enseña que lo más importante no es el éxito del mundo, sino hacer la voluntad de Dios aunque no luzca ni nos alaben por ello.
Sobre la coherencia de Juan, la cual lo lleva al martirio, al compararla con la realidad, nos damos cuenta con qué facilidad hoy en día disentimos de muchas cuestiones de fe. Él entendió que la fe en Dios no se divide y eso le costó la vida.
Nosotros, cada vez que estemos tentados a decir: soy católico, pero… apoyo el aborto; soy católico, pero… no me confieso; soy católico, pero… no creo en el infierno; y así con muchas cuestiones de nuestra Iglesia, tomemos el ejemplo de Juan y dejemos de dividir el depósito de la fe que como Iglesia nos ha sido confiado, que esto nos ayude a decir a quien sea necesario: no te es lícito y además que dejemos de practicar lo que no nos es lícito.
Que el testimonio de Juan nos ayude a ser humiles, coherentes y sobre a todo a no tener miedo de que el mundo nos condene, que recordemos que la única aprobación que nos es necesaria es la de Dios.
José Antonio Ortiz Coss
Diácono transitorio Diócesis de Saltillo
Lic. En Comunicación y Desarrollo Organizacional Maestro en Métodos Alternos en Solución de Conflictos.