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GUADALUPE, BANDERA Y HERENCIA

En septiembre, mes en el que recordamos la independencia de México, conviene recordar que María de Guadalupe fue testigo y signo del grito del cura Hidalgo. Ella fue la primera bandera de México y sigue siendo el emblema inequívoco de la mexicanidad. Ella nos invita a volver siempre a Jesucristo. Su presencia no ha perdido su frescura misionera. ¿Quién no siente consuelo delante de ella, quién no recibe paz ante su mirada pacífica, sin ansiedad?

El papa Francisco nos enseña que para transmitir el mensaje de Jesús “uno de los esfuerzos más necesarios es aprender a usar imágenes en la predicación, es decir, a hablar con imágenes… porque nos ayudan a valorar y aceptar el mensaje que se quiere transmitir. Una imagen atractiva hace que el mensaje se sienta como algo familiar, cercano, posible, conectado con la propia vida. Una imagen bien lograda puede llevar a gustar el mensaje que se quiere transmitir, despierta un deseo y motiva a la voluntad en la dirección del Evangelio” (Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 157). El pontífice se refiere a las imágenes de palabras, pero es obvio que también, una imagen hecha con colores sobre un bastidor, le da carne a la verdad, nos la hacen inmediata. En este sentido, el icono de María de Guadalupe nos predica a Jesucristo, el Señor de la Vida.

La imagen de la tilma de san Juan Diego no necesita nada más. Es hermosa. La hemos recibido en herencia de nuestros antepasados. Pero cualquier herencia necesita la participación activa del heredero, en comprenderla, profundizarla, actualizándola. Con ese fin, mientras estaba estudiando en Jerusalén, unos amigos y yo le pedimos a la pintora sevillana Nuria Barrera Bellido que nos plasmara esta representación inédita: La Virgen de Guadalupe desatando nudos. Emula a una pintura del 1700 que el papa Francisco veneró en Alemania siendo todavía un joven sacerdote estudiante. De hecho, esa advocación lo ha acompañado durante todo su ministerio. Baste como ejemplo, que para terminar el pasado mes de María, el papa pidió a la Virgen que desata nudos la gracia del fin de la pandemia. Le decía: “Madre, son muchos los nudos que apremian nuestras vidas y atan nuestras actividades, nudos de egoísmo, de indiferencia, nudos económicos y sociales, nudos de violencia y guerra. Con tu obediencia desataste el nudo de la desobediencia de Eva, con tu fe desataste lo que Eva había atado con su incredulidad. Te pedimos, Madre Santa, que desates los nudos que nos oprimen, material y espiritualmente para que podamos dar testimonio de tu Hijo y Señor nuestro, Jesucristo” (Francisco, Oración y Rosario del 31 de mayo de 2021).

Los “nudos” que María desata con amor son la metáfora de todo aquello que nos roba la paz y que nos aleja de Dios. El odio, el desorden, el rencor, el sufrimiento por la pérdida de un ser querido, del trabajo, de una relación o de un proyecto… No es otra aparición ni revelación particular. Más bien nace de la fe en la Virgen de Guadalupe, la madre de Jesús, el Dios por Quien se vive. Es una aplicación del mensaje guadalupano para el día de hoy.

La imagen de María que desata nudos contiene un mensaje evangelizador. No es nada más una imagen de la Virgen. Mirando más atentamente ella está rodeada de una nube que representa la presencia de Dios Padre que acompaña a todos sus hijos por el desierto de la vida (Ex 13,17-22; 40,34). También está Dios Espíritu Santo, que la cubre con su sombra (Is 61,1; Lc 1,35). Al centro de la imagen está Jesús en el seno de su madre. La Virgen de Guadalupe es la imagen de una mujer embarazada, y en su vientre está su Hijo, el Dios por Quien se vive, es decir el Dios de la Vida. Acoger a María es Jesús.

¿Qué está haciendo la Virgen de Guadalupe en la pintura? Está desatando nuestros nudos. El ángel de la izquierda se los presenta. La mira directamente en actitud de oración. No se los esconde sino que se los entrega. Hay que confiar en que ella es misionera del amor de Dios, el rostro femenino de la misericordia, una mirada de mamá. Nos dice: “Oye y ten entendido mi hijito: es nada lo que te asusta y aflige. ¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?”.

Las manos de María son manos que trabajan con atención y destreza para ayudarnos a estar disponibles a Dios. Conviene caer en las manos de la tierna y compasiva madre de Jesús. El ángel de la derecha muestra el listón sin nudos, como símbolo de una vida en libertad. Nos invita a confiar en el Señor.

Al pie de la imagen se leen dos frases de María, la primera del Nican Mopohua (narración de la apariciones de la Virgen de Guadalupe del 1649) y la segunda del evangelio de Juan. Atención: al final de la primera frase María espera una respuesta, espera un dialogo. Ella quiere que le digamos qué nos hace falta, qué necesitamos para vivir mejor, para acercarnos a Jesús, para vivir en paz.

La segunda frase es breve y llena de significado. “Hagan lo que Jesús les diga” (Jn 2,5). Los cristianos, como nos ha enseñado la Iglesia Católica, amamos a la madre de Jesús porque ella nos lleva a su Hijo, nos revela sus misterios, reza por nosotros, nos abraza y nos alienta. María no tiene enseñanzas raras ni mensajes extraños, ella transmite lo que recibió: a Jesús. Es la maestra del evangelio, la evangelizadora más experta, la discípula más humilde.

Debajo de la Virgen hay tres elementos que no deben pasar desapercibidos. Hay dos personas, es san Juan Diego, conducido por un ángel mientras lleva a la Virgen de Guadalupe en su ayate hacía la casa del obispo. Así la Virgen quiere que nosotros llevemos su imagen a quien más la necesite. Ella pidió a Juan Diego que fuera su “embajador de confianza”. Ojalá que esta imagen llegara a todo el que sufre y necesita un consuelo.

También está el cerro de la Silla, la montaña regiomontana. La Virgen ciertamente no se apareció en este cerro, más bien en el Tepeyac en la Ciudad de México, pero en la pintura aparece este cerro porque la Virgen es reina de nuestra Arquidiócesis, de nuestra ciudad y de todo mundo. Cada cerro, cada barrio, cada ciudad son suyos y en donde es amada como reina ella se pone a servir. Monterrey es una de sus casitas sagradas.

Por último, está una parroquia. Ésta es el Santuario del Señor de la Expiración (en Ciudad Guadalupe), donde yo aprendí, de niño, a amar a Jesús, a hincarme delante del Sagrario, a rezar el rosario, donde nació mi vocación sacerdotal y donde fue mi primera experiencia de Iglesia. Representa la parroquia de cada uno.

En este mes patrio, ojalá que María de Guadalupe, bandera de la fe de México y herencia espiritual siempre viva nos lleve a amar más a Jesús, su proyecto del Reino y fortalezca nuestra esperanza mientras este mundo se termina de levantar. En este Qr queda a tu disposición. Aquí está, recíbela. 

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