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ESCUCHEMOS EL CLAMOR DE LOS MIGRANTES

La Iglesia siempre se ha dedicado a la atención de los migrantes, refugiados y víctimas de trata, porque está en su naturaleza y misión promover y actuar en favor de la caridad y de la justicia. Nuestro fundamento está en nuestra propia fe, que nos mueve a querer imitar a un Dios que vio la aflicción de su pueblo en Egipto, y que escuchó su clamor ante sus opresores, que conoce sus sufrimientos y bajó para librarlo y subirlo a una tierra buena (Cf. Ex. 3, 7), y que nos mueve a reconocer, amar y servir al mismo Cristo en la persona de los migrantes, al decirnos: “… fui migrante y me acogieron…” (Mt. 25, 35).

El trabajo de la Iglesia en Latinoamérica era muy disperso, aunque ya existían algunas redes internas de trabajo migrante, pero fue hasta el año 2016 que, desde el CELAM, pudimos convocar a la integración de una Red Eclesial que reuniera a todos los obispos, sacerdotes, religiosas y laicos en Latinoamérica, involucrados en la atención a los hermanos y hermanas migrantes. Hubo una respuesta absolutamente positiva, y fue así que en el 2017 en Santo Domingo pudimos realizar una Asamblea constitutiva del Consejo Latinoamericano de Migración Refugio y Trata, con miembros de Iglesia de los 22 países de Latinoamérica y de El Caribe.

El Papa Francisco durante su ministerio ha querido impulsar a la Iglesia entera y a la sociedad para sensibilizar nuestro corazón, y escuchar el clamor de nuestros hermanos y hermanas migrantes, que tantas veces han muerto en su camino, por mar o por tierra, hacia lo que consideran un mejor destino, principalmente en Europa, en Estados Unidos, en Chile, Brasil o en Argentina. La Iglesia siempre ha defendido y propuesto de antemano el derecho de todo ser humano a no emigrar, y que quien lo haga sea por su libre determinación y sin ninguna presión. Pero los que se ven expulsados de sus lugares de origen por la pobreza, la guerra o la violencia generalizada, o los cambios climáticos, merecen todo el apoyo en su caminar de todos los que quieren ser y tener un comportamiento auténticamente humano y auténticamente cristiano.

Para que no suceda la migración forzada en el mundo se requiere asegurar en cada nación el desarrollo humano integral, es decir, de todos los seres humanos y de todo el ser humano, como lo decía el Papa Pablo VI en 1967 en su Encíclica Populorum Progressio, y como lo ha repetido el Papa Francisco en su reciente Encíclica Fratelli Tutti (107). Nuestro mundo globalizado no podrá caminar sin destruirse, mientras no comprenda lo que ha dicho el Papa, que todos estamos en la misma barca y que todos necesitamos de todos, porque los migrantes también tienen mucho que aportar a la nación a donde llegan. Además, suele suceder, que el gran progreso económico de algunas naciones se ha basado en el extractivismo y otras formas de explotación de naciones más pobres.

El Papa nos ha iluminado el camino de servicio a los migrantes encomendándonos cuatro grandes tareas para con ellos, que son: acoger, proteger, promover en integrar (FT 129) a estos hermanos y hermanas nuestros. Les comparto estos quehaceres que ya desarrolla nuestra Iglesia, pero que son para todos aquellos y aquellas que quieran dar un servicio eficaz y completo a los migrantes, sea de organismos civiles o gubernamentales.

«Ampliar el corazón al extraño’ se convierte… en un imperativo para el crecimiento de todos” (FT, 61).

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