Monterrey, N. L. (www.pastoralsiglo21.org) 27 de julio del 2018.- El calor era insoportable dentro del Centro de Reinserción Social de Apodaca; en algunas zonas los aires lavados daban una brisa lenta y asfixiante, pero qué emoción poder estar en la misa de ordenación de Gabirel Everardo Zul Mejía, la única que se ha realizado dentro de un penal en México.
Fue una experiencia muy bonita ver a la Iglesia de Monterrey reunida en un lugar tan inesperado, una reunión que les dice a los internos que no han sido olvidados, que son parte importante, que hay personas orando por ellos, que no solo son tomados en cuenta, sino que han sido especialmente elegidos para compartir este evento tan importante.
Sí, se sentaron todos juntos, como conceptualizándose aparte, pero los visitantes estuvimos cerca, formando todos una sola familia unida en un gozo común de recibir un nuevo sacerdote.
Para entrar al penal, no podía llevar nada, ni bolsa, tampoco llaves, abanico ni mucho menos celular; entré únicamente con una pequeña libreta, una pluma y una identificación. ¡Qué ganas de llevar mi celular!
Al entrar me pidieron la identificación y se quedaron con ella, fui “marcada” con una tinta que solo puede verse con luz ultravioleta, que era mi pasaporte a través de todos los puntos de revisión.
Pasé por pasillos, puertas giratorias, detector de metales, una revisión corporal, puertas corredizas de seguridad que al cerrar golpeaban con gran estruendo, escaleras, largos pasillos que atravesaban zonas de sequía, más escaleras, puntos de seguridad y por fin, pude ver los primeros internos vestidos de naranja, así como en las películas.
Los oficiales solo me marcaban la ruta, pero los internos me daban la bienvenida, se les notaba serios, pero emocionados. Un interno incluso me saludó de mano y con una sonrisa. La sonrisa: esa es la que falta en sus rostros.
Hay quienes viven presos estando libres; otros viven la libertad dentro de la cárcel. Salir de nuevo a las calles tan transitadas, tan agobiantes, y hacer una hora de trayecto de vuelta a la realidad, me hace recordar las palabras de Mons. Rogelio: “La fe y el amor nunca están encarcelados”, pienso que cada quien vive su prisión o su libertad como quiere.
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