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EL PODER DE ESTE MUNDO

Max Weber, en su obra Economía y sociedad, ofrece una definición de poder que nos invita a pensar y a repensar para la actualidad. Cristo revela, en su muerte y resurrección dos nuevas realidades del poder en el mundo. Partiendo de la definición de Weber podemos encontrar luces para reflexionar en el “poder” desde el espíritu cristiano.

La definición de Weber propone que el poder como “cualquier oportunidad en una relación social para imponer la voluntad de uno frente a la resistencia de otros, independientemente de qué dé origen a dicha oportunidad.” Su estudio de la sociedades permite a Weber partir de una relación entre dos individuos o grupos, es decir, se trata de una relación humana, el poder necesita, al menos, de dos individuos, “mi” poder necesita de “otro.” Sobre este mismo pensamiento, el poder de uno necesita del poder otro, pero influenciado por el más “fuerte” de los dos. Sin embargo, el ejercicio de un poder necesita una circunstancia, espontánea o producida: una oportunidad. Dicha oportunidad puede estar formada por muchos elementos, pero está fundamentalmente relacionada con un estado interior del otro: la libertad de ese otro. El poder de uno necesita de la oportunidad que envuelva la menor oportunidad de la libertad del otro.

La “imposición de la voluntad” sobre la “resistencia” de otro es una dialéctica de dos voluntades, comprometidas en su libertad, en la que está implicada una “fuerza” que se im-pone en virtud de su mayor peso, sea éste físico, histórico, social, económico, político, religioso… El que “resiste”, en esta definición, se encuentra en un estado de menor peso o estado de debilidad frente a quien se im-pone. Se trata de una resistencia impotente, al menos hasta que se dé otra oportunidad, en la que las circunstancias permitan imponerse entonces, dando como resultado otro orden de cosas donde el que resistía, entonces se impone, ejerce el poder. Se trata de una definición muy cercana a la dialéctica histórica hegeliana. Lleva a Weber a proponer que el poder es la mediación entre política y lucha. Política, poder y lucha forman una dinámica social muy peculiar que conlleva acuerdos sociales en proyectos de interés común, pero también muchos matices de violencia cuando la imposición de la voluntad toca elementos de sobrevivencia (Cfr. Stefano GUZZINI, El poder en Max Weber, Revista Relaciones Internacionales, No. 30, Octubre 2015).

Jesús nos revela el poder de Dios como una voluntad, pero sin imposición. De hecho, el ser levantado en la Cruz es la exhibición de parte del mundo que impone su “poder” sin enfrentar resistencia, Cristo es el Cordero de Dios que es llevado al sacrificio sin gemir o gritar (Is 42,1ss). Pedro se rebela contra esta forma de ser de Jesús, cuando el Señor les habló de que sería contado entre los malhechores, ofreció tomar la espada (Lc 22,38) y de hecho la blandió (Lc 22,51). La obra de la salvación divina se dará por persuasión del corazón, por la fuerza auténtica del amor de Dios y por ningún otro medio que implique falsedad, seducción engañosa ni fuerza desbordada, mucho menos violentando a las personas.

Jesús se encarna para revelar el poder del amor de Dios: lo podemos vislumbrar en los destellos de la verdad, del bien y la justicia. El poder como imposición frente a una resistencia no es necesariamente una búsqueda de éstos. En muchas ocasiones es la resistencia del ser humano al bien y la justicia la que desata el ejercicio de una imposición dentro de las sociedades. El poder del amor revela la voluntad de plenitud para el ser humano de parte de Dios, pero nunca se impondrá a pesar de que los seres humanos nos resistamos a Él o incluso nos opongamos a Él directamente o nos opongamos a los hermanos, aunque detrás de la oposición esté el deseo de la imposición. Cuando los seres humanos experimentamos las consecuencias de la mentira, la maldad y la injusticia, podríamos desear, como Pedro, que la justicia se impusiera en virtud de una mayor fuerza que la injusticia, pero la fuerza de la verdad, el bien y la justicia consiste precisamente en un ser humano que ha aprendido a vivir en ellas por virtud de sí mismo y no por la imposición. La imposición legítima, aquella cuya fuerza nace de la ley racional, será necesaria hasta que los integrantes de una sociedad aprendieran a vivir por virtud. Es una utopía.

La no imposición de la verdad, el bien y la justicia trae inmenso dolor a los hombres en el mundo, Jesús recoge todo ese dolor en la Cruz y derrama los dones del Espíritu Santo para sanar y restaurar, fortalecer e impulsar a quienes los reciben. Cristo Crucificado es levantado para abrazar todo el dolor del mundo, para abrazar a todos aquellos que gimen y gritan con sonidos innenarrables por el sufrimiento e invitarlos a la resurrección por el auténtico poder del amor de Dios, para que ahí donde el ser humano sufra a causa del poder de este mundo, se derrame la esperanza y la humanidad se entere de que hay misericordia para todos.

Por Mons. Juan Armando Pérez Talamantes

Obispo Auxiliar Arquidiócesis de Monterrey

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