-¿Por qué este niño me buscará siempre?, – le preguntaba la maestra a una compañera del colegio. -¿Por qué lo dices? -Sabes, siempre me busca, no falta un día en que no venga a mi escritorio a hacerme una pregunta, a pedirme cualquier cosa, a traerme una manzana, un pan, un chocolate, pero siempre se acerca, se me hace un poco raro. – Válgame, le decía su colega, a mi también se me acercan los alumnos, pero no tanto. ¿Qué tendrá el chico? ambas se preguntaban.
Así transcurrió todo el semestre, y al término del mismo, cuando ya el muchacho dejaría la escuela para irse a cursar la secundaria a otra ciudad, le dijo a su profesora:
Maestra, aunque sé que ya no nos volveremos a ver aquí, yo la voy a seguir buscando, aunque esté lejos. – Con mucho gusto, pero dime: ¿hay alguna razón especial? – Pues le agarré mucho cariño, maestra, porque su perfume huele al de mi mamá. Ella falleció cuando yo tenía cinco años, pero aún recuerdo su aroma, y es el que usted trae. -¿Te puedo dar un abrazo?, -le pidió la maestra, – sí, contestó el muchacho.
Y después de un momento: – Gracias maestra, hace muchos años que nadie me había dado un abrazo tan bonito.
Dios te bendiga, se despidió la maestra.
Pasó otro semestre, y a la casa nueva del muchacho llegó un paquete, con una tarjeta de Navidad. Lo abrió lo más rápido que pudo, y decía la tarjeta:
“Para mi querido hijo”.
Y al abrirlo, lloró…
Era una bufanda, impregnada del precioso perfume de su mamá…
+ Alfonso G. Miranda Guardiola
