«El patio de mi casa es particular y con la lluvia se moja como los demás»; así rezaba el estribillo de una antigua y común canción de ronda infantil. Pero esta pueril cantinela tiene poco de ingenuidad y, de manera muy concreta, dice mucho, a propósito de la histórica ola de calor y sequía que actualmente enfrentamos en Nuevo León. La alarma de esta crisis del agua por falta de lluvias quedó a la vista de todos, en la conocida presa de “La Boca” cuyo nivel de almacenamiento, calculado en 39 millones de metros cúbicos, descendió hasta el 13.8% de su capacidad, en el pasado mes de abril.
Pero la escasez del vital líquido, es sólo una de las graves consecuencias del calentamiento climático que está afectando no sólo al norte de México, sino a todo el planeta. Por ello, acrecentar la conciencia de la globalidad del problema, a fin de que todos nos movilicemos para tomar decisiones y actuemos de manera conjunta, es el motivo por el que, desde 1974, el programa medioambiental de las Naciones Unidas estableció el día 5 de junio, como el «día mundial del medioambiente».
Sin duda, los períodos de sequía pertenecen a los naturales ciclos regulatorios del clima y del medio ambiente, pero también es verdad que últimamente, dichos procesos están siendo alterados por la actividad industrial y el masivo consumo irracional de los recursos naturales. Conviene, entonces, reflexionar de qué manera hemos incidido en esta crisis y cómo estamos enfrentando esta sequía.
Un indicador de nuestra reacción colectiva se encuentra en las estadísticas, publicadas en los diarios locales, sobre la demanda de tinacos en el área metropolitana, la cual se disparó hasta un 300 %, en lo que va de este año. Obviamente que nadie quiere que, en su casa, falte el agua, pero el problema del agua no es simplemente de almacenamiento. Aunque cada cual tenga su tinaco instalado y el «patio de su casa sea particular», la crisis es global y no habrá tinaco que acumule lo que no hay, ni dinero que haga caer la lluvia.
Cuando sentimos el peligro de una amenaza, nuestras reacciones pueden ser desesperadas. Advirtamos cómo, por ejemplo, empujados por la inseguridad alimentaria y pública, además de la pobre infraestructura de los servicios básicos, en sus lugares de origen, caravanas de numerosos migrantes del sur de América siguen atravesando el suelo mexicano, conocido como el «patio» de Estados Unidos, justo con la ilusión de satisfacer sus necesidades vitales. Cosa semejante sucede al otro lado del Atlántico donde, desde África y el Este, oleadas de personas continúan llegando como un “sargazo humano” que incomoda a los turísticos países europeos.
En la presunción del análisis malthusiano, el problema de un desarrollo sostenible radica en la enorme cantidad de pobladores y la poca cantidad de recursos. Sin embargo, una actualizada previsión científica integral advierte que el problema consiste, más bien, en la falta de una inteligente organización, a todos los niveles, para hacer frente común a los problemas de todos.
Cuando la producción de los recursos es pretendidamente ilimitada, su distribución ventajosamente controlada y su consumo irracional, el caos social y ambiental comienza a escalar, de modo acelerado, hasta hacer peligrar no sólo el equilibrio natural, sino también la paz mundial. Por eso, en el mensaje de la Jornada mundial para la Paz de este 2022, el Papa Francisco afirma que «el ruido ensordecedor de las guerras y los conflictos se amplifica, mientras se propagan enfermedades de proporciones pandémicas, se agravan los efectos del cambio climático y de la degradación del medioambiente, además de que se empeora la tragedia del hambre y la sed, a la vez que sigue dominando un modelo económico que se basa más en el individualismo que en el compartir solidario».
Desde luego que el patio de «mi casa es particular», pero el «agua es un bien común» que todos debemos cuidar en la medida que a cada cual corresponda, según el rol que tenga en el sector empresarial, político, religioso, educativo o social.
Como ciudadanos e inquilinos de la casa común, y como creyentes, apoyados en nuestra fe en un Dios, Creador de todo y Padre de todo-s, podríamos preguntarnos, ¿qué, además de comprar un tinaco, podríamos y deberíamos hacer personalmente, como familia, como Iglesia y como sociedad para no acelerar, ni empeorar el cambio climático?

Rector de la Universidad Pontificia de México
