Ciudad del Vaticano (www.pastoralsiglo21.org) 19 de abril del 2019.- En la Basílica de San Pedro, durante la celebración del Viernes Santo, el Santo Padre se postró en el suelo delante del altar para orar durante unos minutos.
Después de esos minutos de oración, ante el silencio de los presentes, el Papa Francisco se puso de nuevo de pie para la liturgia de la Palabra en la que el Evangelio relata la Pasión de Cristo, y que fue leído completamente en latín.
En la ceremonia de hoy no se celebra la Eucaristía, pero se lleva a cabo una sobria ceremonia con vestimentas púrpuras en recuerdo de la sangre de Cristo derramada en la cruz.
Hubo otro momento de especial énfasis espiritual: la adoración de la Cruz aclamada tres veces con las palabras “Miren el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. ¡Vengan a adorarlo!”.
El predicador de la Casa Pontificia, padre Rainiero Cantalamessa, pronunció la homilía, que se tituló “Despreciado y rechazado por los hombres”.
Papa Francisco en el Via Crucis
Durante el Via Crucis celebrado en el Coliseo Romano, el Papa Francisco escuchó las meditaciones de la religiosa Sor Eugenia Bonetti, italiana, misionera de la Consolata, quien recordó a las víctimas de la trata de personas, los menores mercantilizados, las mujeres forzadas a prostituirse, los migrantes y los refugiados. «Ellos son los nuevos crucificados de nuestro tiempo, cuyo sufrimiento debe despertar las conciencias de todos nosotros».
Oración del Papa
Al finalizar las estaciones, el Papa Francisco pronunció una oración final cuya transcripción compartimos a continuación:
“Señor Jesús, ayúdanos a ver en tu Cruz todas las cruces del mundo: la cruz de la gente que tiene hambre de pan y de amor; la cruz de los solitarios y abandonados, incluso por sus propios hijos y parientes, la cruz de personas sedientas de justicia y paz, la cruz de la gente que no tiene el consuelo de la fe.
La cruz de los ancianos que se arrastran bajo el peso de los años y la soledad; la cruz de los migrantes que encuentran sus puertas cerradas a causa del miedo y los corazones blindados por cálculos políticos, la cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y pureza, la cruz de la humanidad que vaga en la oscuridad de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura de lo provisorio, la cruz de las familias rota por la traición, por las seducciones del maligno o por la ligereza asesina y el egoísmo, la cruz de las personas consagradas que buscan incansablemente llevar tu luz al mundo y se sienten rechazadas, burladas y humilladas.
La cruz de las personas consagradas que, en el camino, han olvidado su primer amor; la cruz de tus hijos que, creyendo en ti y tratando de vivir según tu Palabra, se encuentran marginados y descartados incluso por sus familias y por sus compañeros, la cruz de nuestras debilidades, de nuestras hipocresías, de nuestras traiciones, de nuestros pecados y de nuestras muchas promesas rotas; la cruz de tu Iglesia que, fiel a tu Evangelio, lucha por llevar tu amor también entre los bautizados.
La cruz de la Iglesia, Tu esposa, que se siente continuamente atacada por dentro y por fuera; la cruz de nuestra casa común que se marchita seriamente ante nuestros ojos egoístas y está cegada por la codicia y el poder.
Señor Jesús, reaviva en nosotros la esperanza de la resurrección y de Tu victoria definitiva contra todo mal y toda muerte. ¡Amén!».