Por Pbro. Ignacio Pulido Mendiola, de la parroquia de San Juan María Bautista Vianney
Después de una breve experiencia de misión, regresé a Monterrey evaluando mi ministerio y sintiendo que mucho me había faltado, y entonces mi Obispo me envía a una parroquia bajo el patronazgo del prototipo del sacerdote más excelso que la Iglesia reconoce: el Santo Cura de Ars.
En el seminario tuve que cumplir con la sana tradición de leer —no de corrido, sino de hecho a lo largo de varios años— la biografía de “El Cura de Ars” de Francis Trochu, y en alguna otra ocasión de manera profética, en unos ejercicios ignacianos, había en el cajón de mi buró un pequeño librito con la historia del mismo santo de un autor que escapa a mi memoria.
Mucho puede contarse de la historia de este cura, muchos han investigado y escrito sobre él, lo que demuestra lo interesante y apasionado de su historia. Yo intentaré contarles por mi parte, solo algunos detalles de esa historia que me ha servido de impulso y motivación para mi ministerio sacerdotal.
Juan Maria Baustista Vianney nació en Dardilly, en las afueras de Lyon, Francia, el 8 de mayo de 1786, de una familia sencilla y campesina.
A los 17 años siente el llamado a la vocación sacerdotal, aunque desde niño ya mostraba algún interés por ella. Ingresa al seminario del que será expulsado a pesar de sus maravillosas cualidades morales y de piedad, a causa de su dificultad para aprender el latín y algunas otras asignaturas. Intenta ingresar a otra institución clerical, pero no lo logra y finalmente es acogido por quien sería su ángel guardián en la tierra, el Padre Dardilly, quien se compromete a enseñarle lo necesario y a concluir su formación sacerdotal.
El Padre Dardilly logra conseguir para Jean Marie, la ordenación sacerdotal que recibe finalmente el 13 de Agosto de 1815 a los 29 años de edad. Tres años más de estudios después de la ordenación serán necesarios para este recién ordenado, que se mantendrá como coadjutor del Padre Dardilly.
Después de la muerte del Padre Dardilly y terminada su formación, es enviado por el Obispo de Lyon a un pueblecito minúsculo a 35 km. de la capital de nombre Ars.
Los primeros años del cura (que, dicho sea de paso, nunca obtuvo el título de párroco, porque nunca se le juzgó adecuado y siempre fue su nombramiento el de “Canónigo”) transcurrieron en la santidad maravillosa, pero cotidiana, del cura que atiende a enfermos, niños, matrimonios, que se esmera en embellecer y ampliar el templo parroquial, que apoya a sus hermanos sacerdotes de las misiones vecinas. Todo bajo una excelsa espiritualidad de sacrificios, penitencia y oración.
En esta etapa es donde también se descubre la gran devoción que tiene por una joven mártir de los primeros siglos del cristianismo, Santa Filomena, a quien va a atribuir muchos milagros por su intercesión y que después ya no se sabía si era a causa de ella o de los méritos del mismo San Juan Maria Bautista Vianney que se lograban las cosas.
Sin embargo, siempre hay ovejas en busca de pastor y llegó el momento en que la fama de este gran sacerdote se fue extendiendo por todas partes e iniciaran las peregrinaciones masivas de personas a buscar confesarse con él y proliferan las historias de conversión, liberación y arrepentimiento de muchas personas. De su extrema ascesis y desgaste por el bien de las almas que lo lleva a comer poco, y mal, como aquella ocasión en que se comió el engrudo que la señora que auxiliaba en los quehaceres de la casa había preparado para uso doméstico.
Él mismo platicaba la forma en que el demonio lo molestaba durante las noches para que no durmiera y así afectar su trabajo al día siguiente, y cómo salió librado de sus constantes luchas contra él, incluso siendo capaz de expulsar los demonios de varios posesos que le fueron llevados. Con paciencia y amor pasaba jornadas de hasta 16 horas en el confesionario y otras más frente al Santísimo.
Cuarenta y un años sería párroco de Ars, hasta que desgastado se dejó atender como un niño, creyendo quizás que si lo reparaban podría seguir sirviendo, pero finalmente el 4 de agosto de 1859 fue llamado por el dueño de la viña para darle la herencia que le correspondía por su hermoso y esmerado trabajo.
El santo cura de Ars fue primero nombrado patrono de todos los párrocos por el Papa Pio XI y posteriormente el Papa Benedicto XVI lo nombró patrono de todos los sacerdotes en el 2009. Mucho, ciertamente, tenemos que aprender los sacerdotes de él. Su tenacidad, su espíritu de servicio y de caridad, su austeridad, su fe, su sencillez, la mansedumbre con la que escuchó todo lo que decían sobre él, pero sobre todo el inmenso amor a Dios y a María inmaculada, que lo mantenían de pie, sirviendo sin rendirse ni renunciar.
Este 4 de agosto te invito a mi parroquia, San Juan María Bautista Vianney, a que celebremos juntos a este gran Santo y pidamos por todos los sacerdotes el mundo.