El discurso de Francisco a los más de 300 presbíteros y obispos de Sicilia recoge lo bueno, lo malo y el por hacer de los hombres de Iglesia en una isla fusión de razas y culturas, víctima del abandono, marginación y hasta la crueldad, pero exigente con sus sacerdotes que siempre se demostraron guías espirituales y morales para las personas y la sociedad.
El Papa ha señalado que hay algo que le “preocupa bastante” y es hasta qué punto está instaurada la reforma del Concilio Vaticano II en Sicilia. En primer lugar, en lo que se refiere a la piedad popular, la cual “es una gran riqueza que debemos custodiar y acompañar para que no se pierda, pero también educarla”. Ha recordado, en este sentido, las palabras de Pablo VI en Evangelii nuntiandi: “liberarla de todo gesto supersticioso y tomar la sustancia que lleva dentro”.
Asimismo, el Papa sugirió a los presbíteros poner atención al predicar homilías porque “la gente quiere sustancia. Un pensamiento, un sentimiento y una imagen, y lo llevan durante toda la semana”.
“No sé cómo predican los sacerdotes sicilianos, si predican como se sugiere en la Evangelii gaudium o si predican de tal manera que la gente sale a fumar un cigarrillo y luego vuelve…”
“Esos sermones en los que se habla de todo y de nada. Tengan en cuenta que después de ocho minutos la atención decae, y la gente quiere sustancia. Un pensamiento, un sentimiento y una imagen, y lo llevan durante toda la semana”, concluyó el Papa”.