Recientemente fuimos testigos a través de los medios de comunicación y redes sociales, de una discusión en torno a un conjunto de declaraciones de nuestro primer mandatario, en las cuales, tocaba el tema de la “clase media y los aspiracionistas”. No pretendo en estas líneas entrar en la polémica que se puede generar en torno a este tema, lo que quisiera es sacar una reflexión y aprendizaje cristiano en torno a ello.
Existen muy variadas causas que influyen en nuestro desarrollo personal y social: por ejemplo el lugar donde nacimos, el tiempo que nos toca vivir, el entorno social. Definitivamente no tendrá las mismas posibilidades una persona que nace en una ciudad próspera y en paz, aquella persona que nace en un lugar donde la pobreza, violencia e inseguridad imperan. De aquí parto para el primer punto de reflexión ¿Cómo vemos y asimilamos a las personas que tienen diferentes posibilidades que nosotros? Si tiene menos recursos algunos dirán: “es pobre porque quiere”, otros más todavía pudieran pensar como algunos pensaban en el Antiguo Testamento ¿Quién pecó, él o sus padres?, otros más tal vez, se dejen llevar por la modas espirituales y digan que “si la persona sufre o no tiene “es por el karma”. Por el contrario, si la persona tiene más posibilidades que nosotros lo más frecuente es la crítica, no se diga si esa persona se va superando y saliendo adelante.
Pienso que a nosotros no nos toca juzgar las causas del por qué una persona está en situación de carencia o abundancia, todo lo contrario sería mejor comprenderla y en todo caso sacar un aprendizaje. Tal vez nos respondería Jesús a nuestras críticas: «Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios”.
Otra situación que no pocas veces se presenta en nuestro entorno social, es tratar a las personas dependiendo de sus posibilidades económicas, culturales y sociales. Si tiene recursos, será bien tratado, con privilegios y facilidades, si no tiene posibilidades es considerado con indiferencia y cierto desprecio.
La enseñanza de la Iglesia es clara en este tema: “La dignidad de la persona humana está enraizada en su creación a imagen y semejanza de Dios” (CEC 1700). Es decir todos tenemos un mismo valor y una misma dignidad. “Cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como ‘otro yo’, cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente” (GS 27). Podría decirlo en palabras sencillas, una persona no vale por lo que tiene, hace o conozca, sino por lo que es.
Las aspiraciones y posibilidades de desarrollo de cada persona podemos ver que están influenciadas por un sinfín de variables, lo más sano es respetar, valorar y ayudar en los procesos de los demás, sin olvidarnos especialmente de los más pobres. Son muchos los problemas sociales que vivimos e influyen en nuestro desarrollo, pero sin duda nuestra mayor aspiración debe ser la vivencia de los criterios del Evangelio, el Cardenal Raniero Cantalamessa dijo a los integrantes de la XIX Asamblea de Cáritas Internacional “si bien la Palabra de Dios no ofrece soluciones directas a problemas sociales, sin embargo, contiene principios útiles en los que se pueden encuadrar respuestas concretas, a diferentes situaciones históricas. Como las situaciones y los problemas sociales cambian de una época a otra, (y de persona a persona) el cristiano en cada ocasión es llamado a encarnar los principios evangélicos en la situación del momento”.
Lic. En Comunicación y Desarrollo Organizacional Maestro en Métodos Alternos en Solución de Conflictos.